Un comentario con algo de sorna nos insta a vivir la Semana Santa, como si no la viviéramos el resto del año. A congratularnos irónicamente de su llegada, ahora que los capiroteros sí que vuelven a sus hermandades de la que poco o nada saben diez meses al año.
Muy señor mio, celebro la Cuaresma con sus pros y sus contras.
Al son de mis vigilias, vienen las visitas a los cultos. Tras ponerme la ceniza, vuelvo pensando en mi túnica.
Y es que la cuaresma nos trae esa sensación especial que nos lleva hasta la Gloria.
Busco un besamanos al olor del incienso en una calle sin ruido.
Siento el romero ardiendo de un gitano prendido.
Me emociono, y mucho, con las palmas trenzadas que niños de pañoleta pasean un Domingo soleado por justicia, que no es ningún Domingo cualquiera.
Se para el tiempo desde que me ajusto la faja hasta que me pongo el costal en una plaza con flores de azahar.
Y luego, niños de 40 años lloran debajo de un palo por unos nervios, y una emoción, que ninguno podrá describirte cuando haya acabado.
Esto, solo ocurre en Cuaresma. Confabulan la meteorología con la naturaleza, mortal y Divina, para confeccionar una tela finita, de 40 días con sus noches.
Después de que esta penitencia nos lleve a la resurrección, vendrá la melancolía, de que faltará un año para que ese clima de aromas, vuelva a repetirse. Y por supuesto, querido amigo, que el tiempo de espera lo haremos, pensando en Semana Santa.